En los últimos años se ha agudizado el debate
socio-político en torno a las soluciones de los graves problemas que más afectan
al país en la actualidad. Las propuestas de solución de los diversos actores
sociales y políticos no solo son distintas, sino incluso antagónicas,
dificultando el logro de lo que reiteradamente se ha llamado un acuerdo o
consenso nacional.
Las dificultades radican, principalmente, en que ya hay posiciones tomadas
en virtud de ciertas opciones o de intereses particulares. Pero el problema se
agudiza cuando se dogmatizan las posiciones. Esto último ocurre especialmente
cuando los actores anteponen sus principios ideológicos a los hechos reales que
conforman la realidad histórica salvadoreña. Los principios pueden tener su
validez, pero como tales su función es orientar la búsqueda de soluciones y de
ningún modo sustituirla como medio de indagación para encontrar las vías de
solución de los problemas sociales.
Metodológicamente, los protagonistas de los acuerdos deberían
someterse más a la realidad de los hechos que a la presunta universalidad y
obligatoriedad de los principios de cada uno. Y es que la solución prevista como ideal en la formulación de los
puros principios no es, en cada caso, la más razonable y justa, porque no se
ajusta a las circunstancias y condiciones concretas.
Esta es la insuficiencia de lo que se puede denominar principismo, un término que se utiliza
para caracterizar la postura de aquellos actores para los cuales sólo los
hechos conformes a sus principios son hechos aceptables. A nivel político, el principismo busca realizar a toda costa
lo que se considera correcto al margen de lo que las circunstancias
y las situaciones concretas ofrecen como posibilidades reales. Es la realidad
la que tiene que adaptarse a la propia ideología y a lo que se cree éticamente
bueno, y por eso no se acepta ningún tipo de concesión que suponga una
contradicción con lo que se cree que es el bien.
La postura antagónica a la anterior es la que se denomina
pragmatismo. Este se ajusta a la
realidad empírica dada sin tomar en cuenta las posibilidades reales de
transformación, soslaya cualquier normatividad, según las posibilidades que los
hechos reales ofrecen, y busca únicamente sacar ventajas inmediatas de la
situación. A nivel político,
el pragmatismo no asume unos valores y unos principios definitivos para definir
su identidad y orientar su acción política, sino que se va adaptando a la
diversidad de situaciones y va modificando continuamente sus posiciones
políticas para beneficiar al grupo dirigente o al partido.
Si el principismo tiende a ser intransigente y dogmático,
el pragmatismo suele ser acomodaticio y errático. Frente a ellos hay que buscar
dialécticamente una posición superior que es la del realismo, que
presta más atención a las exigencias de la realidad y a lo que es posible
realmente hacer en cada coyuntura.
El realismo sostiene que es la realidad la que debe
determinar, en última instancia, tanto los principios normativos adecuados como
las acciones que deben seguirse para formular la solución verdadera de cada
problemática que se presenta en un momento dado. Una solución verdadera es
aquella que no sólo resuelve de hecho un problema, sino que lo resuelve
definitivamente, porque se acomoda a las raíces del problema y propone
realistamente los remedios profundos adecuados, que son a la vez ajustados y
justos.
Héctor Samour
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