martes, 30 de abril de 2019

La ideologización de la historia


En los avances del populismo en algunos países, o más en general, en los procesos políticos de signo autoritario que se desarrollan en varias partes del mundo con diversas modalidades, los fundamentos ideológicos para justificarlos pretenden apoyarse en la historia. Se trata de reconstrucciones simplistas de las historias nacionales presentadas como filosofías de la historia, en las que los procesos y acontecimientos que determinan el presente aparecen como resultado de una larga y firme evolución de lo que se considera el determinante esencial, que es el que define la lógica del desarrollo histórico.

La nación soberana, la sabiduría del pueblo, la lucha contra la opresión o la vocación libertaria innata, se plantean como constantes en las diversas narrativas que pretenden explicar las realizaciones de las personas o movimientos políticos actuales. Examínese el discurso político de Brasil, Estados Unidos, Filipinas, Polonia, Venezuela, Nicaragua o Turquía, para comprobar que las maneras de ser y estar en el presente se deducen de reformulaciones históricas, en las que se logran unir hechos, fragmentos discursivos o momentos reinterpretados, para formar una totalidad discursiva utilizable para la acción política.

Se trata de una ideologización de la historia, propia de las filosofías de la historia de la modernidad, en las que la historia se entiende como dirigida ineluctablemente hacia una meta final de plena positividad, debido al despliegue de un plan inmanente, producto de la acción de una esencia interna, que actúa detrás de los acontecimientos y de las acciones individuales para garantizar y viabilizar el progreso.

El problema es que estas concepciones de la historia acaban por justificar el dogmatismo y el autoritarismo, ya que los seres humanos de carne y hueso terminan siendo sustituidos por los representantes de la supuesta racionalidad interna que rige la historia o de aquellos que presuntamente conocen su esencia a profundidad. Así los individuos reales y vivos cuya emancipación se pretende, quedan cada vez más fuera del juego de la historia y acaban finalmente sometidos a las instancias de poder a la que ellos mismos les han concedido el papel de ser sus tutores.

Por esta razón es importante cuestionar estas visiones historicistas de la historia. No se trata solo de debatir los hechos o las fechas, las fuentes documentales o el condicionamiento social de un discurso. Se trata de discutir y enfrentar estas interpretaciones de la historia que desde el poder se realizan, no solo porque son falsas o ideologizadas, sino porque desde ellas quieren establecerse, como naturales e inexorables, las condiciones socio-políticas que se pretenden imponer.

Es necesario, por tanto, iniciar una reflexión crítica sobre la historia como medio de contender la apropiación del pasado que busca construir el presente para legitimarlo. Mucho de lo que en el futuro podamos llegar a ser depende de la manera de entender nuestra condición presente y de cómo se ha configurado históricamente. En medio de la incertidumbre actual, es más fácil creer en la marcha inexorable de la historia; en las certezas de que las cosas serán de cierto modo porque así lo determinan las tradiciones o las costumbres, o una incuestionable tendencia histórica. La manera de salir de esa ilusión pasa por repensar la historia, al menos para demostrar que no hay un destino fijo ni único, ni personas o partidos que de suyo lo encarnen.

Héctor Samour


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