En los avances del populismo en algunos países, o más
en general, en los procesos políticos de signo autoritario que se desarrollan
en varias partes del mundo con diversas modalidades, los fundamentos ideológicos para justificarlos pretenden apoyarse en la historia. Se trata de
reconstrucciones simplistas de las historias nacionales presentadas como
filosofías de la historia, en las que los procesos y acontecimientos que
determinan el presente aparecen como resultado de una larga y firme evolución
de lo que se considera el determinante esencial, que es el que define la lógica
del desarrollo histórico.
La nación soberana, la sabiduría del pueblo, la lucha
contra la opresión o la vocación libertaria innata, se plantean como constantes
en las diversas narrativas que pretenden explicar las realizaciones de las
personas o movimientos políticos actuales. Examínese el discurso político de
Brasil, Estados Unidos, Filipinas, Polonia, Venezuela, Nicaragua o Turquía,
para comprobar que las maneras de ser y estar en el presente se deducen de reformulaciones
históricas, en las que se logran unir hechos, fragmentos discursivos o momentos
reinterpretados, para formar una totalidad discursiva utilizable para la acción
política.
Se trata de una ideologización de la historia, propia
de las filosofías de la historia de la modernidad, en las que la historia se
entiende como dirigida ineluctablemente hacia una meta final de plena
positividad, debido al despliegue de un plan inmanente, producto de la acción de
una esencia interna, que actúa detrás de los acontecimientos y de las acciones
individuales para garantizar y viabilizar el progreso.
El problema es que estas concepciones de la historia
acaban por justificar el dogmatismo y el autoritarismo, ya que los seres
humanos de carne y hueso terminan siendo sustituidos por los representantes de
la supuesta racionalidad interna que rige la historia o de aquellos que
presuntamente conocen su esencia a profundidad. Así los individuos reales y
vivos cuya emancipación se pretende, quedan cada vez más fuera del juego de la
historia y acaban finalmente sometidos a las instancias de poder a la que ellos
mismos les han concedido el papel de ser sus tutores.
Por esta razón es importante cuestionar estas visiones
historicistas de la historia. No se trata solo de debatir los hechos o las
fechas, las fuentes documentales o el condicionamiento social de un discurso. Se
trata de discutir y enfrentar estas interpretaciones de la historia que desde
el poder se realizan, no solo porque son falsas o ideologizadas, sino porque
desde ellas quieren establecerse, como naturales e inexorables, las condiciones
socio-políticas que se pretenden imponer.
Es necesario, por tanto, iniciar una reflexión crítica
sobre la historia como medio de contender la apropiación del pasado que busca
construir el presente para legitimarlo. Mucho de lo que en el futuro podamos
llegar a ser depende de la manera de entender nuestra condición presente y de
cómo se ha configurado históricamente. En medio de la incertidumbre actual, es
más fácil creer en la marcha inexorable de la historia; en las certezas de que
las cosas serán de cierto modo porque así lo determinan las tradiciones o las
costumbres, o una incuestionable tendencia histórica. La manera de salir de esa
ilusión pasa por repensar la historia, al menos para demostrar que no hay un
destino fijo ni único, ni personas o partidos que de suyo lo encarnen.
Héctor Samour
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