En
la actualidad se habla del “populismo” en los debates políticos y en los
medios. Dicho término se utiliza por diversos actores sociales y políticos para
caracterizar lo que ellos definen como un fenómeno político y económico que
amenaza las democracias liberales en todo el planeta. La oposición en El
Salvador utiliza el calificativo para criticar las políticas gubernamentales, o
para desacreditar a potenciales adversarios políticos en futuros eventos
electorales.
En
sus usos variados, “populismo” connota un calificativo que busca dar soporte
conceptual a nociones como “demagogia”, “autoritarismo”, “nacionalismo” o
“corrupción”. Se utiliza a menudo simplemente para desacreditar ciertas ideas o
decisiones de política económica heterodoxas o que se consideran antiliberales,
asociando a las personas o gobiernos que las impulsan a fenómenos políticos
negativos, como el totalitarismo soviético, el nazismo o la xenofobia.
A
nivel académico, en la década de 1950, el sociólogo Edward Shils utilizó por
primera vez el término “populismo” para designar una ideología de resentimiento
contra un orden social impuesto por alguna clase dirigente. Según esta definición,
tal “populismo” se manifestaba en una variedad de formas: el bolchevismo en
Rusia, el nazismo en Alemania, el Macartismo en Estados Unidos, entre otros. Así
“populismo” pasó a ser el nombre para un conjunto de fenómenos que se desviaban
de la democracia liberal.
En
las décadas de 1960 y 1970 otros académicos retomaron el término en un sentido
diferente, aunque acoplado con el anterior. Lo utilizaron para designar a un
conjunto de movimientos reformistas del Tercer Mundo, particularmente
latinoamericanos como el peronismo en Argentina, el cardenismo en México, la
presidencia de Getulio Vargas en Brasil o la de Velasco Alvarado en Perú. “Populismo”
podía referirse así a tal o cual movimiento histórico en concreto, a un tipo de
régimen político, a un estilo de liderazgo o a una ideología, que amenazaba a
la democracia.
Esto
comenzó a modificarse en la década de 1990, con la obra del filósofo
posmarxista Ernesto Laclau, que propuso un significado distinto de “populismo”,
dándole un sentido positivo. Este autor planteó la necesidad de reemplazar la
noción de “lucha de clases” por la idea de que en la sociedad existe una
pluralidad de antagonismos, tanto económicos como de otra índole. En tal situación,
no puede darse por sentado que todas las demandas democráticas y populares van
a confluir en una única opción unificada contra la ideología del bloque
dominante. Es precisamente la articulación de diversas demandas insatisfechas lo que
en cada momento constituye al “pueblo”,
que en su acción política coyuntural irá posibilitando una “radicalización de
la democracia”.
Del
uso académico se ha pasado hoy al uso ideologizado del término “populismo” en el
ámbito político. Este uso tiende a simplificar el escenario político, en el que
se dan múltiples opciones y diversos peligros, y pretende convocar a la defensa
a ultranza de la democracia liberal para combatir una supuesta “amenaza
populista”, en la cual se encontrarían involucrados neonazis, keynesianos,
caudillos latinoamericanos, socialistas, anticapitalistas, corruptos,
nacionalistas y cualquier otra cosa.
Esta
simplificación impide ver, entre otras cosas, que una de las mayores amenazas a
la democracia son los yerros y fracasos de la misma democracia liberal. Por eso se habla hoy de
“desencanto democrático”. Si alguna narrativa o receta “populista” sintoniza
con la gente en los países más ricos y en lo mas pobres es porque su denuncia está
cargada de sentido.
Héctor Samour
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