sábado, 4 de mayo de 2019

La renovación de los partidos tradicionales

Ante la derrota electoral de ARENA y FMLN, han surgido voces de diversos sectores que exigen una renovación de estas formaciones partidarias. Se insiste en el cambio de las dirigencias, en la reforma de estatutos, estructuras y en la organización territorial. Si solo bastaran esas acciones, como ya lo han anunciado los principales dirigentes de dichos partidos, la recuperación de su caudal electoral y de su legitimidad en la conciencia de la población sería relativamente fácil y en un tiempo corto. Pero el punto es que las raíces de su crisis son más profundas y tienen que ver con cuestiones estratégicas que giran en torno a la misma identidad y posicionamiento ideológico y político frente a los graves problemas del país.

En el caso del FMLN, su transformación supone un cambio ideológico que supere un tipo de análisis marxista ya trasnochado y que asuma la democracia como un fin en sí mismo y más allá de su utilización instrumental. En esta línea, debe superar el vanguardismo que concibe la dirigencia del partido como la instancia que posee el monopolio de la verdad. El partido debe articularse con las numerosas iniciativas y diversidad de agrupaciones que desde la sociedad brotan de los sectores empobrecidos y excluidos, pero no para cooptarlas y subordinarlas a las directrices partidarias, sino para tejer una red de relaciones que den sustento a un proyecto de transformación social permanente.
Es necesario también que la izquierda socialista supere definitivamente el estatismo. 

La fracasada experiencia de los países del socialismo real enseñó que socialismo y estatización de los medios de producción no son una y la misma cosa. No se trata de un juego de suma cero entre Estado y sociedad, sino de impulsar una mayor democratización de ambas esferas.

En el caso de ARENA, su cambio supone abandonar definitivamente sus premisas ideológicas tradicionales configuradas desde el anticomunismo y el liberalismo más extremos, que hoy ya no sintonizan con la conciencia colectiva de la población y que ya están desfasados de acuerdo con las exigencias actuales de la realidad histórica salvadoreña. En este sentido, debe asumir una conducta coherente y un discurso renovado que sintonice con los sectores más afectados por el modelo neoliberal que ha imperado en el país en los últimos treinta años.

Esto implica, entre otras cosas, asumir con seriedad la desigualdad y la exclusión y proponer políticas públicas que las combatan, lo cual supone abandonar la ideología tecnocrática neoliberal y asumir un nuevo tipo de liberalismo de carácter social, con un fuerte sentido de solidaridad con los sectores más vulnerables. Consecuente con esto, debe deshacerse de un anti-estatismo radical. El liberalismo debe pensar en el Estado, no como el enemigo a vencer, sino como la condición de la convivencia. El Estado es más necesario que nunca frente a los poderes brutales de la delincuencia y el crimen organizado, y frente a los intereses que han aprovechado la debilidad del poder público para copar sus instituciones y torcer sus políticas. 

Finalmente, esta renovación ideológica de la derecha pasa también por modificar sus posiciones en temas culturales y no dejarse influenciar por sectores ultra-conservadores, que enajenan al partido de la mayoría de los jóvenes en los centros urbanos, caracterizados por su sensibilidad a la diversidad cultural y por su alejamiento de dogmatismos y fundamentalismos religiosos.
   




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