En 2018 se conmemoró en diversas partes
del mundo el legado de los años sesenta, especialmente los sucesos que
ocurrieron en 1968, en los ámbitos socio-económico, político, teológico,
filosófico y cultural.
Hoy tenemos una perspectiva y profundidad histórica
que nos permite asimilar mejor lo que ocurrió en esa década en Occidente, y en
América Latina en particular, y la influencia que tuvo su legado en la
configuración de la realidad histórica contemporánea.
Fue en los años sesenta, en Occidente, cuando social y
culturalmente se comenzó a constatar con premura la presión de la dinámica
insostenible del modo de vida histórico de la modernidad y de la civilización
del capital. Surgió así un movimiento cultural, multiforme y diverso,
contracultural en sus orígenes, que pretendió cambiar desde sus bases ese modo
de vida en crisis.
En Europa y Estados Unidos, artistas, ciudadanos,
hippies, académicos y científicos coincidieron en cuestionar la vorágine
destructiva del ilimitado crecimiento industrial. En esos años, se comenzaron
los primeros estudios científicos exhaustivos que darán cuerpo al célebre Informe del Club de Roma, publicado en
1972, alertando sobre el riesgo de continuidad del género humano, cuya causa
era una lógica de crecimiento económico que no toma en cuenta los límites
ecológicos del planeta.
En este contexto, nacieron movimientos juveniles y
culturales, hippies y reformas estudiantiles, iniciando sueños y liberaciones
diversas. Fueron los jóvenes los principales protagonistas de hechos claves en
esos años. Ellos impulsaron masivamente el mayo del 68, en Paris, en Praga, en
California, en México, en Argentina y en Chile.
En los sesenta ocurrió también el fin del colonialismo
político, que posibilitó la fundación de los movimientos anticolonialistas y de
los países no alineados. Fue el inicio de la liberación cultural de los negros
y de otros grupos étnicos. A partir de ahí, se afirmó la originalidad de todas
las culturas y del anticolonialismo, lo que incidió en la toma de conciencia de
la diversidad cultural y social de los pueblos.
Con el Concilio Vaticano II, la iglesia católica
inició un movimiento crítico y renovador en su propio seno. Repensó la función
del clero, de la doctrina y de la ritualidad tradicional e impulsó a los
teólogos a repensar los nuevos desafíos culturales. En América Latina, su
efecto fue una innovación de las estructuras eclesiásticas y un compromiso
abierto y político con el cambio social a favor de las mayorías pobres, lo cual
se reflejó en la conferencia de obispos latinoamericanos en Medellín, Colombia,
en 1968.
En los sesenta también eclosionó la crítica social en
el seno del socialismo realmente existente, dando lugar al proceso que llevaría
posteriormente a la caída del socialismo soviético. En 1968, en Checoslovaquia,
en la Primavera de Praga, los movimientos sociales salieron a las calles
cuestionando el llamado “socialismo real”.
Finalmente, en América Latina surgieron aportes
socioculturales que tuvieron una enorme relevancia cultural y política, como la
teología de la liberación, la teoría de la dependencia y la nueva literatura
latinoamericana. Esta literatura, encabezada por Julio Cortázar, Alejo Carpentier,
Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa tuvo un impacto mundial. Especialmente
es relevante la obra de García Márquez, Cien
años de soledad, en la que se narra el éxodo de una comunidad arrinconada
ante el poder petrolero extranjero.
Héctor Samour
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