jueves, 30 de mayo de 2019

Desigualdad versus democracia



El sistema económico está configurando un orden mundial cada vez más desigual, en el que la diferencia entre una minoría con acceso a bienes capitales y financieros y una inmensa mayoría cada vez más empobrecida y excluida es una realidad. Las estimaciones sobre desigualdad a nivel internacional indican un incremento en todas las regiones del mundo en los últimos años.

América Latina continúa siendo la región más desigual del mundo y si bien no es la zona más pobre, la inequidad persiste como fenómeno estructural: el 71% de la riqueza se concentra en el 10% más rico de la población. Solo 32 personas, en 2015, concentraban tanta riqueza como la mitad de la población de la región: 300 millones. En 2013, 80% de los jóvenes de mayores ingresos culminaron sus estudios secundarios, mientras solo el 34% de los que tienen bajos ingresos lo hicieron. 

La desigualdad no solo es un problema que afecta el desarrollo, sino también un fenómeno que es incompatible con la democracia. Por ejemplo, el FMI en un informe de 2017 advertía que, si bien algo de desigualdad es inevitable en una economía de mercado, una desigualdad excesiva “puede hacer desmoronarse la cohesión social, conducir a una polarización política y, en última instancia, reducir el crecimiento económico”.

Thomas Piketty ya destacaba en su libro El capital en el siglo XXI el aspecto político de la desigualdad económica y como la democracia no puede sobrevivir si no se la ataja. Solo una acción política decisiva podrá evitar las nefastas consecuencias que a corto y largo plazo tendrá su exponencial crecimiento.

El aumento de las desigualdades económicas mina los fundamentos básicos de la democracia: el control ciudadano sobre la toma de decisiones y la equidad a la hora de ejercer dicho control. Es una incompatibilidad que se da en ambas direcciones. Las élites que desean perpetuar un sistema socio-económico de creciente desigualdad tendrán condiciones políticas y estímulos en utilizar su posición para bloquear cualquier tipo de redistribución de la riqueza. A la vez, la lucha por una mayor democratización deberá asegurar que los derechos democráticos básicos se puedan ejercer efectivamente, algo que la creciente desigualdad en la que vivimos impide.

El desencanto y, hasta cierto punto, la indiferencia del electorado con la democracia se sustenta, en gran medida, en los grandes niveles de desigualdad existentes. Cuanto mayor es el nivel de desigualdad económica, mayor es la percepción ciudadana de que algunas personas y grupos tienen tanta influencia sobre las decisiones políticas, que los intereses de la mayoría son ignorados. La desigualdad afecta los niveles de satisfacción con la democracia tanto en su capacidad para garantizar iguales derechos a toda la población como en su capacidad de asegurar la representación política de los intereses ciudadanos.

¿Cómo reducir la desigualdad? Es necesario diseñar políticas públicas que contribuyan a crear sociedades menos dispares y más democráticas: acceso universal a educación y salud públicos de calidad, sistemas de protección social, políticas de empleo decente, políticas que reduzcan las brechas salariales entre mujeres y hombres, políticas de fiscalidad progresiva, entre otras. Como lo sostenía Amartya Sen, la verdadera libertad política y social se logra cuando las necesidades más básicas se encuentran cubiertas. Nadie puede tomar decisiones políticas libremente cuando vive en el límite de la supervivencia.

Héctor Samour




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