Los datos de la encuesta
sobre la religiosidad de los salvadoreños, que presentó La Prensa Gráfica recientemente,
muestran que hoy los creyentes católicos en el país alcanzan un 40%, en un
porcentaje similar a los creyentes de iglesias evangélicas. La encuesta muestra
también que el porcentaje de increyentes alcanza un 17%. En un país que todavía
hace 30 años su población se declaraba en su mayoría católica, el declive
acentuado del catolicismo da pie para reflexionar sobre los factores que lo han
provocado y sobre los efectos sociales, políticos y culturales que dicho
fenómeno tiene.
Por cuestiones de espacio, voy
a centrarme en el debilitamiento del papel de las instituciones
religiosas como factor de cohesión social, que ha propiciado la proliferación
de grupos religiosos autónomos y sectas, la mayoría profundamente positivas,
aunque algunas de ellas con claros signos de carácter destructivo.
Estamos en un contexto, en
los países occidentales, donde hay una gran demanda espiritual, que busca
respuestas a una serie de problemas, tales como la desconfianza en la
racionalidad científico-técnica, el desencanto ante las instituciones y la
búsqueda de la propia identidad dentro de una sociedad en la que predominan el
darwinismo social, la exclusión, la burocracia y el anonimato. Algunos llaman a
este fenómeno “el retorno de lo sagrado”, después de siglos de secularización
en Occidente.
Este retorno se manifiesta
también en una búsqueda de lo misterioso y lo esotérico, especialmente en
jóvenes de estratos medios, que termina desembocando en lo que se denomina una
“religión hecha a la carta” que desafía la legitimidad y plausibilidad de las
instituciones eclesiásticas tradicionales.
Hay una profunda insatisfacción
generada por la dinámica religiosa, cultural y social impuesta por las mismas
sociedades occidentales y la racionalidad que le es propia. Lo que debería
considerarse con más detenimiento no es el “retorno” en sí de lo sagrado, sino
la sociedad misma en la que se encuentra la mencionada vuelta al escenario
público de la religión. Contra el anonimato, la burocratización y la exclusión
en nuestras sociedades se estimula la eclosión de la “vivencia comunitaria”.
Vuelta a lo sagrado y
reencuentro de la comunidad, entendiendo a ésta como una relación entre
individuos concretos, históricos y con una idiosincrasia determinada, que no
está segmentada en roles y status, sino relacionados personalmente, de persona
a persona. Este déficit comunitario se percibe en amplias zonas del mundo
occidental, y especialmente en nuestro país. Y frecuentemente se pretende
suplir esa carencia comunitaria mediante la emocionalidad.
El llamado “retorno de lo
sagrado” tiene que ver entonces con la inmediatez emocional que permite
guarecerse del desamparo espiritual, psíquico y físico, que experimentan muchos
individuos en las sociedades contemporáneas, y que décadas atrás habían optado
por la acción (compromiso social, acción sindical, lucha política, etc.).
En las sociedades actuales,
la gente necesita de un orden, necesita seguridad, necesita construcciones que
den sentido a su vida. De aquí que muchos de los fenómenos religiosos emergentes
sirvan para compensar todas las rupturas, los desencantos, los fracasos
históricos del último siglo. La nueva religiosidad predominante hoy no es de
sacrificio, ni de compromiso, sino de afectividad, espectáculo y evasión del
sufrimiento, en un mundo capitalista que promueve proyectos de felicidad
ilusoria basados en el consumo, el hedonismo y el individualismo.
Héctor Samour
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