El ser humano no es un ser aislado ni abstracto, sino que está en permanente interacción con las cosas y personas que lo rodean. Esta relación entre el ser humano y el mundo circundante se manifiesta de distintas maneras, por ejemplo, cuando ingiere alimentos, cuando es afectado por los cambios climáticos, cuando siente afecto, compasión u odio por otras personas; cuando se admira ante la belleza de un paisaje.
La relación entre el ser humano y el mundo se da
también en el acto de conocer. Así, por ejemplo, el ser humano conoce la
naturaleza, las creaciones artísticas, los utensilios y máquinas, los hechos y
las ideas. El acto de conocer da lugar al surgimiento de todas las ciencias y
saberes que el ser humano ha construido a lo largo de la historia de la
humanidad.
Aristóteles decía que la filosofía es la ciencia
que busca llegar al conocimiento de las primeras causas y de los primeros
principios. Este tipo de conocimiento no es igual al de las ciencias fácticas.
Estas se ocupan de los hechos particulares, mientras que la filosofía se ocupa
del conocimiento de los primeros principios y de las primeras causas, por ello
se dice que la filosofía pretende un conocimiento último.
Pero no es suficiente saber que existen distintos
tipos de conocimiento, sino que es necesario resolver cuestiones más
importantes. Por ejemplo, ¿qué es conocer?, ¿quién conoce?, ¿cómo se conoce?
Estas preguntas se refieren a los aspectos
epistemológicos del tipo de conocimiento propio del ser humano. Y para responderlas
se debe tomar como punto de partida la situación concreta en que se encuentra
el ser humano. Es evidente que no resulta simple establecer ese punto de
partida si tenemos en cuenta que el ser humano es una realidad psico-corporal
que no está aislada, sino, por el contrario, está en permanente relación y en
trato cotidiano con las cosas y las personas que lo circundan. En síntesis, es
un ser en el mundo. Ser un ser humano es estar en el mundo ocupándose de esa
realidad: el ser humano no puede escapar de su circunstancia.
La forma primaria en que el ser humano se relaciona
con el mundo surge de sus necesidades. Es decir, el ser humano en un primer
momento no busca en su relación con el mundo un saber teórico, sino que le
interesa conocer con vistas a un fin práctico o utilitario. Por ejemplo, no le
interesa en qué consiste la esencia de la vida animal o vegetal, sino que se
preocupa por la manera de utilizar los vegetales o animales para su
alimentación.
En el conocimiento utilitario la captación de los
principios no es teórica, sino aplicada a cada circunstancia concreta. Solo
cuando se el ser humano puede liberarse de sus necesidades vitales y es capaz
de asombrarse ante la sola existencia de las cosas y preguntar por su esencia o
por las leyes que rigen su funcionamiento, tiene acceso a otra forma de
conocimiento y se ubica en el plano del conocimiento científico o del
conocimiento especulativo, como el de la filosofía. En este asombrarse se rompe
la relación cotidiana y utilitaria con el mundo y la ignorancia o el no saber
lo que las cosas son (a pesar de utilizarlas), hace posible la pregunta por su ser
y por la legalidad que rige el acaecimiento de los fenómenos.
El ser humano sumergido en sus quehaceres
cotidianos no encuentra lugar para el asombro. Pero ocurre que, en las
situaciones más críticas, cuando llega al límite de sus posibilidades
instrumentales o utilitarias, se admira de esa misma situación e intenta la
búsqueda de su fundamento para su vida. En este momento ha pasado del plano
práctico al plano teórico y ha emprendido el camino para la construcción del
conocimiento científico y filosófico de la realidad.
El acto de conocer
Toda ciencia es un conjunto de conocimientos debidamente
ordenados y sistematizados, que surge a partir de preguntas concretas (según la
ciencia de que se trate) y se expresa en juicios y proposiciones.
Esto implica una relación entre un sujeto que interroga y un objeto, es decir, aquello hacia el cual
se dirigen sus preguntas.
El acto de conocer implica, pues, una relación
identificadora de un sujeto con un objeto, en la cual el sujeto capta o
aprehende las propiedades constitutivas del objeto. El resultado de esa
relación es un conocimiento, que se expresa en una proposición o enunciado.
Esta relación de conocimiento supone dos cosas: 1.
La trascendencia, porque el sujeto sale de sí para aprehender en el objeto lo
que éste es; 2. La inmanencia, porque las notas o propiedades del objeto
existen en el sujeto y existen de manera intencional o representativa.
Tal es el caso del ser humano cuando está ante un
nuevo objeto, por ejemplo, un nuevo modelo de avión. Se da la trascendencia
desde el momento en que se dirige al objeto en forma interrogante: ¿de qué está
hecho?, ¿cómo funciona?, ¿cómo está construido?, etc. Pero también se da la
inmanencia porque el sujeto incorpora en forma de representación e
intencionalmente el conocimiento de ese objeto a su propia vida.
En las ciencias no nos encontramos solamente con
descripciones objetivas del mundo; esas descripciones, por objetivas que sean,
son en cualquier caso inseparables del sujeto que conoce. Conocer no es
“contemplar” desinteresadamente, sino intervenir activamente en el conocimiento
y en sus resultados. En cualquier descripción científica del mundo hay que
considerar no solamente aspectos objetivos, sino también la intervención que de
un modo u otro ha realizado el sujeto. Y esto es algo que podemos comprobar no
solo en las ciencias humanas y sociales, sino también en las disciplinas de las
llamadas “ciencias duras”, como las fisico-matemáticas.
Cuando se reflexiona sobre la manera de conocer y
los problemas propios de cada ciencia, la filosofía es epistemología, palabra
de origen griego compuesta de “episteme” (ciencia) y “logos” (estudio,
tratado), o ciencia de las ciencias particulares. Así, se puede hablar de epistemología
de las ciencias.
La verdad en los objetos y en los juicios
Plantearse si un objeto es en sí mismo verdadero o
falso carece de sentido; solo tiene sentido preguntarse por la verdad de un
objeto si éste forma parte de nuestra circunstancia, por ejemplo, cuando se
trata de la silla en la que me voy a sentar.
Lo que sí es importante es determinar la verdad o
falsedad de los juicios o proposiciones en los que se expresa el conocimiento,
sean los juicios que manejamos en la vida cotidiana, sea en los que maneja la
ciencia.
En el campo de la ciencia, el criterio para determinar
la verdad de los enunciados es propuesto por la metodología específica
de cada una de ellas. No se estudian de la misma manera los fenómenos físicos,
psíquicos, sociales o biológicos.
La condición ineludible para que un criterio sea
aceptado como verdadero es que esté sujeto a una prueba o una serie de pruebas.
Es decir, que descansan en el rigor objetivo sustentado por las pruebas.
Puede variar si varía el tipo de enunciado que se quiere convalidar o las
características de la realidad con la cual se confronta.
En el campo de la filosofía, lo mismo que en el
campo de las ciencias, los criterios de verdad son muy variados. Mientras los
científicos pretenden convalidar la verdad de los enunciados, los criterios
filosóficos tratan de determinar la naturaleza o la esencia de la verdad.
En cualquier caso, hay que señalar que las verdades
de la razón sean científicas o filosóficas, son siempre parciales,
provisionales y nunca eternas y definitivas. La actividad indagatoria de las
ciencias tiene varias limitaciones. La explicación de un fenómeno, por ejemplo,
se puede emprender por vías muy distintas: hay explicaciones en términos
sociológicos, psicológicos, religiosos, psicoanalíticos, para un mismo
problema. Por ejemplo, yo puedo explicar un crimen apelando a la condición
social del criminal, a sus carencias económicas, a su poca educación, a un trauma
infantil. Son vías distintas para comprender racionalmente un hecho determinado,
y todas tienen probablemente verdad parcial.
Otra limitación viene dada por el punto de partida
de la actividad científica. Cuando quiero averiguar si un concepto o un juicio
son realmente válidos, el único modo de hacerlo es partir del lenguaje, de la
cultura y lo juicios o prejuicios que ya tengo. Si se quiere explicar, por
ejemplo, un eclipse solar, hay que hacerlo a partir de los conocimientos
científicos, físicos y matemáticos que hay a mi disposición. Y estos son
siempre limitados y se hallan en continuo proceso de construcción y de
perfeccionamiento.
Se puede cuestionar y mejorar el conjunto de
conceptos y teorías recibidas, pero esto hay que hacerlo precisamente a partir
del lenguaje, de los métodos, de las categorías que nos los dan la cultura y la
ciencia actual.
Héctor Samour
Héctor Samour
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