El Salvador es un país que invierte muy poco en la investigación científica. Mientras los países desarrollados (Estados Unidos, los países europeos, entre otros) le apuestan a la creación de conocimiento científico propio, como un medio para generar un desarrollo económico y social sostenido, El Salvador se ha quedado a la saga del progreso científico. La formación profesional se orienta hacia el consumo de las creaciones científicas que se realizan en otros países del mundo, por lo que no se fomenta la capacidad de crear conocimiento propio.
Se reconoce la capacidad de utilizar y aplicar el conocimiento científico que se produce en otros países, pero no la capacidad que tenemos los salvadoreños de construir nuestro propio conocimiento. Asimismo, se reconoce cierta capacidad de generar un conocimiento científico sobre nuestra propia realidad, pero se subestima la capacidad de producir un conocimiento relevante que aporte a la cultura científica mundial.
Este
poco interés en el desarrollo de una ciencia propia se refleja en el
funcionamiento de nuestras instituciones, públicas y privadas, las cuales
trabajan de manera empírica, sin mayor apoyo de un conocimiento científico y
sistemático que oriente sus actividades. Esto condiciona que las
políticas públicas, así como los proyectos de desarrollo social y cultural
tengan poco impacto tanto sobre los fenómenos sociales que pretenden modificar
como sobre las poblaciones que intentan beneficiar.
Frente
a esta situación, se puede argumentar que los países con mayor desarrollo económico y social
tienen mayores recursos financieros para realizar investigaciones, mejor
ambiente para propiciar la innovación y una cultura extendida a favor de la
invención, por lo que esos países realizan más y mejor investigación.
Además,
se aduce que las
prioridades y serias deficiencias en países como el nuestro nos impiden dedicar
atención a temas de menor impacto inmediato, como los dedicados a la creación
de tecnología y cultura científica, cuyos efectos positivos solo se pueden
apreciar después de varios años, pero si son apoyados por políticas y
estrategias nacionales sostenidas y sostenibles.
Es importante realizar apuestas e inversiones
estratégicas a mediano y largo plazo, tales como las que son demandadas en el
área de la educación y en el avance de la ciencia y la tecnología, como ejes
transversales a todos los sectores productivos de cualquier país. El fruto de
esa inversión se puede obtener solamente a mediano plazo, pero puede incidir
positivamente en la sostenibilidad y el desarrollo de una nación.
Aunque los esfuerzos para fomentar las actividades
científicas y tecnológicas en nuestro país existen, aún son dispersos y
con muy poco apoyo político y financiero por parte del Estado. En
el caso de El Salvador, los indicadores de ciencia y tecnología del Banco
Mundial sobre investigación y desarrollo
(I+D) son muy desalentadores, muestran un distanciamiento acentuado de la
investigación nacional con relación a la producción de conocimiento científico
a nivel internacional. De no revertirse esta situación, dejaremos de ser
interlocutores válidos en la comunidad científica internacional. Por ejemplo,
el promedio mundial de gasto en I+D como porcentaje del PIB es de 2.1; el de
Brasil, 1.2; el de Costa Rica, 0.5; y el de El Salvador, en su mejor año, fue
de 0.1 (ahora casi tiende a cero). En cuanto al número de investigadores por
millón de habitantes, el promedio mundial es de 1,250; el de Brasil, 698; el de
Costa Rica, 1,327; y el de El Salvador, 116.
Con
esta poca inversión en I+D y pocos investigadores, hace que la producción
científica (libros y publicaciones) y número de patentes, sean tan bajos que ni
siquiera somos visibles en gráficos comparativos entre naciones. Dado que la
columna vertebral que sostiene a la I+D en un país es su sistema de educación
superior, es necesario plantearse dos preguntas: ¿es adecuado el fin o sentido
de la investigación que se realiza en El Salvador? Y ¿cómo hacer una mejor
gestión de los fondos destinados a la I+D?
Según
publicaciones del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), los
objetivos socio-económicos de las investigaciones del país han sido: 1. El
fortalecimiento de estructuras y relaciones sociales; 2. La protección y mejora
de la salud humana; 3. El control y protección del medio ambiente, y, últimamente,
4. la producción y tecnología industrial.
Se
puede concluir, pues, que hay una investigación bien enfocada en cuanto a
fines, lo cual es positivo. Sin embargo, no es sistemática, es de corta
duración y los fondos asignados son limitados. Todo esto hace que sea una
investigación de poco impacto, que no implica cambios sociales significativos
para la población.
A
diferencia de los países avanzados, en los cuales el financiamiento proviene
del Gobierno (la mayoría de países europeos) o de las empresas (Estados Unidos.), en El
Salvador la investigación se impulsa en mayor parte con los recursos propios
del sector de educación superior. De acuerdo con Conacyt, el promedio de inversión
en I+D de los últimos años en el sistema de educación superior del país es de
12.8 millones de dólares, de los cuales el 67% (8.58 millones) proviene de
recursos propios de las universidades e institutos, 14% (1.8 millones) del
Gobierno, 11.5% (1.47 millones) de la cooperación internacional y 7.5% (0.95
millones) de empresas, fundaciones y ONG, entre otras.
Héctor Samour
Héctor Samour
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